Hasta fines de la década del 70, el crecimiento latinoamericano se basó en la negación del comercio como estrategia de crecimiento. Se creció, sí, pero no sobre la base de un modelo sustentable porque la premisa parecía ser la protección de las industrias nacionales respecto de la importación.
Con muy baja tasa de inversión en tecnología para bajar los costos de producción, más el intervencionismo gubernamental, se entró en los 80 con severas crisis fiscales y una productividad prácticamente estancada.
Cierta mejora hubo, es cierto, con las aperturas unilaterales posteriores porque implicó, del aislacionismo del que se venía, una incipiente participación (o un regreso) en el comercio internacional y el retorno del crecimiento.
La historia comercial latinoamericana demostró que los extremos (cierre de fronteras para proteger las industrias locales, y apertura generalizada a las importaciones) no son sanos: permiten a corto plazo mover las agujas, pero si no se toman medidas de largo aliento el crecimiento logrado no se puede sostener.
La apertura de los 90 dejó como resultado que los sectores que estuvieron más expuestos al comercio internacional tuvieron un desempeño productivo relativo mejor que los sectores protegidos. Siempre en comparación con el estancamiento de la década anterior.
Hubo de hecho cierta diversificación de las exportaciones, dato que los especialistas destacan como estratégico para no depender de la volatilidad del precio de los commodities. Nuevamente, para hacer sostenible esta nueva situación, la participación en la economía internacional no debe provenir sólo del comercio exterior, sino de un mayor ingreso de los capitales externos que financien la innovación y el agregado de valor.
Sigue vigente, no obstante, la pregunta sobre si la apertura comercial funciona. Los organismos multilaterales de desarrollo económico y de crédito “vendieron” la idea de la apertura comercial irrestricta en los 90 como modelo de crecimiento productivo y desarrollo.
Pero en el mismísimo Banco Interamericano de Desarrollo (BID) comenzaron algunos teóricos a reflexionar, con algo de revisionismo histórico, respecto del aperturismo. Y señalan que no existe evidencia empírica ni teórica que sostenga que la apertura comercial pueda resolver todos los problemas de desarrollo en América latina.
Tal vez fue un error de los gobiernos. Tal vez no impusieron normas de control y dejaron todo librado al “azar de los mercados”. Nada reemplaza al rol del Estado, a los buenos gobiernos e instituciones.
Y en este punto, cada Estado debe ser consciente sobre los costos que enfrenta el comercio. Durante mucho tiempo, la única política activa oficial respecto del comercio fue negociar barreras arancelarias. En el nuevo comercio, las barreas están en los nuevos costos: aduanas ineficientes, limitado acceso a la información comercial y un crédito esquivo.
Los gobiernos tienen una nueva agenda para intervenir: no tanto del lado de la protección, sino de la facilitación comercial, de la simplificación de los trámites que hacen al comercio y de la regulación de los servicios de transporte. Hoy, si se deja que los fletes se fijen afuera, por más que se hayan eliminado los aranceles, nuevos costos encarecerán el comercio.
Un ejemplo: en una exportación desde América del Sur a los Estados Unidos, el 20% del valor de esa venta está explicado por tiempos operativos y fletes, y sólo el 8% por los aranceles.
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