Con el recambio administrativo que sobrevino tras la llegada de Sebastián Piñera en Chile, la que fue la máquina sudamericana modelo de la internacionalización de los negocios, ProChile, va por más.
Según confió en una entrevista a Diario Financiero, el flamante titular de la Dirección de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon), Jorge Bunster, la misión será “profundizar la inserción de Chile en el mundo y relanzar a ProChile como una agencia de promoción de exportaciones de bienes, servicios e inversiones”.
Un mensaje político más, pero que en el contexto de un país que hizo de la apertura comercial su mantra, y selló nada menos que 72 acuerdos comerciales de distinto grado (complementación económica, libre comercio, preferencias arancelarias) con 50 países, y que tiene sus propias oficinas de promoción comercial en 57 naciones, tiene otro significado.
Tal vez por su tradición del libre comercio con el mundo, Chile sabe ver que el proteccionismo que amenazó con instalarse tras la crisis de fines de 2008 y principios de 2009 es sólo una amenaza pasajera, decide ahora pisar el acelerador.
Otra lectura, similar pero por diferentes motivos: precisamente por la amenaza latente de proteccionismo en el mundo es que Chile decide pisar el acelerador y afilar su punta de lanza histórica: la agencia de promoción de exportaciones, esa que supo trasladar un iceberg antártico a la Expo Sevilla de 1992, para mostrarse al mundo como un país serio, y diferenciarse a su vez de la imagen que transmitían sus vecinos latinoamericanos.
Chile probó que comerciar con aranceles al cero por ciento con los principales mercado del mundo redundaron en un crecimiento de las exportaciones: con Estados Unidos, pasaron del 4,5% anual al 24% tras el acuerdo de 2004; con China, del 33 al 133% luego del tratado de 2006.
La red que generó Chile con sus negociaciones no se agotan en los límites del Pacífico y la Cordillera. Un segundo paso, no del todo desarrollado aún, es el de la potenciación de las cadenas productivas con países con mayor industria y oferta que el propio Chile, como la Argentina o Brasil, por ejemplo, para que envíen sus productos semiterminados a Chile para agregarles allí los detalles finales que cumplan con la cláusula de origen chileno.
Así se podría aprovechar, por un lado, todos los beneficios de los tratados y, por el otro, lograr más mercados que por vía directa encontrarían aranceles por no contar con tratados firmados
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