El grado de apertura comercial de Uruguay, es decir, la participación de su comercio exterior sobre su producto bruto, se encuentra en el orden del 60%, y continúa en expansión desde 2003.
La afirmación surge de la economista Rosa Osimani, autora de uno de los capítulos de la investigación “Apertura, instituciones y crecimiento”, realizada en el marco de la Red Mercosur, denominado: “Apertura comercial y crecimiento económico: evidencia del caso uruguayo de los últimos 30 años”.
En una entrevista con el diario uruguayo El País, la economista resumió los principales movimientos comerciales que adoptó el mercado uruguayo en las últimas tres décadas, que pasó de la apertura de los 70 en desmedro de la industria nacional, con liberalización de las barreras arancelarias hasta la entrada en vigor del Mercosur.
Es interesante analizar la situación del Uruguay, una economía con un mercado interno chico que naturalmente lo obliga a pensar en la inserción internacional de sus productos y servicios como vía de desarrollo.
¿Qué hubiera pasado si el Mercosur no hubiera existido en la historia económica del Uruguay? Objetivamente, su desarrollo no hubiera sido el mismo, así como tampoco el de ningún otro de los países miembros.
Por caso, de 2002 a esta parte, el intercambio entre los dos principales socios (la Argentina y Brasil) se multiplicó por cinco. Uruguay, como Paraguay, no habrán tenido tal vez los macro números de sus vecinos mayores, pero su crecimiento fue exponencial de la mano de la flexibilización del comercio intrazona con el nacimiento del Mercosur.
El bloque, es cierto, no cumplió su cometido de transformarse en una unión aduanera. Prueba de ello son las perforaciones y excepciones permanentes al arancel externo común (AEC), la proliferación de licencias de importación y, en el caso argentino exclusivamente, la presencia de derechos de exportación diferenciados entre productos elaborados y materias primas, que esconden un subsidio a los primeros.
Estas situaciones (el estancamiento del bloque en sí, y sobre todo de sus negociaciones multilaterales, entre ellas, la más importantes es sin duda con la Unión Europea) motivaron no pocas veces el debate sobre la viabilidad y necesidad del Mercosur.
José Serra, el candidato a presidente de Brasil opositor a Lula, agitó la polémica al indicar que a los empresarios del su país (aunque seguro se refirió de los de San Pablo, Estado del que fue gobernador) no les sirve el Mercosur, y que Brasil debería independizarse en su comercio exterior y avanzar en negociaciones bilaterales.
El Mercosur es, sobre todo hoy, un concepto firme con una realidad endeble. Cabe preguntarse si para una economía naturalmente abierta como la uruguaya, no le conviene explorar caminos bilaterales del comercio.
En este escenario, y sólo como discusión filosófica, cabría analizar la capacidad de negociación de una economía relativamente chica con un mercado como el europeo o con los Estados Unidos. Incluso con India y China.
Seguramente, toda vez que Brasil ralentiza las negociaciones comerciales al defender su industria, Uruguay puede morderse los labios pensando en la oportunidad que se está perdiendo en alimentos (lácteos y carnes, por ejemplo).
El Mercosur todavía es joven. Como la mayoría de las economías latinoamericanas, aún con 200 años de historia.
Señala Osimani: “A partir de la creación del Mercosur en 1991 continuó la tendencia creciente con un gran aumento en el coeficiente de apertura, que registró niveles superiores a la etapa anterior. En 1997 se dio el máximo coeficiente de apertura de la década del noventa, llegando a 53 % (…) La salida de la crisis del 2002 fue muy rápida. Desde entonces el coeficiente de apertura presenta un nuevo escalón y un nuevo récord llegando a 63% en 2007.”
Y concluye: “La globalización hace que el ámbito de competencia de las empresas uruguayas sea cada vez más el mundo. Si bien la apertura tuvo como consecuencia costos de reestructuración en algunos sectores, con pérdidas de empleo, este proceso ha exigido que a nivel local se hagan procesos de capacitación e innovación y de incorporación de ciencia y tecnología. Hoy los sectores más innovadores y con mayor incorporación de progreso tecnológico son los que están capacitados para adaptarse a las formas de competir que se dan en el mundo globalizado”.