¿Era un lujo el ostentado por la Argentina el de ser el país con mayor consumo de carne vacuna por habitante? ¿O simplemente los más de 70 kilos que comía cada argentino anualmente era porque había más de 50 millones de vacunos en un país de 40 millones?
Lujo, o herencia cultural, cultivada por generaciones. El asado es uno de los drivers culturales que identifica la marca país argentina, con el tango, con el fútbol. La importancia de la carne, en la Argentina, es materia de Estado.
La Argentina resignó su lugar en el podio a manos de Uruguay. Los productores ganaderos dejaron de producir porque les resultaba económicamente más provechoso dedicarse a la soja que, aún con derechos de exportación del orden del 35%, dejaba más margen por hectárea que una ganadería con restricciones a las ventas externas de carne y pesos mínimos de faena.
El campo, protagonista de la última gran crisis política argentina, demostró todo su enfado con la intervención gubernamental. Liquidó vientres –llevar a las madres a la faena equivale a cerrar fábricas- y el rodeo vacuno argentino fue perdiendo de a millones sus cabezas de ganado (10 millones en los últimos años).
Días atrás se celebró en este escenario, en Buenos Aires, el Congreso Mundial de la Carne. Como en todo encuentro internacional de alimentos, fue inevitable la referencia al crecimiento de la población mundial, y dentro de ella, a la incorporación de millones de asiáticos a las clases medias más pudientes, con reemplazo de proteínas vegetales por animales (carnes) en sus dietas.
En Asia, el consumo de carne vacuna pasó en 30 años de 14 a 60 kilos por habitante, según cifras del organismo para la agricultura y los alimentos de las Naciones Unidas (FAO, en inglés). En países desarrollados, según cifras analizadas en el congreso de la carne, la ingesta es de 80 kilos por persona por año.
Es decir, no sólo el mundo deberá producir más soja para alimentar cerdos y pollos en Asia. Sino también más carne vacuna, allí donde esté el conocimiento, y la eficiencia. Una vez más, la Argentina, y el Mercosur en general, tienen el as en la manga: el bloque hoy produce el 40% de la carne vacuna de todo el mundo.
Visión y consenso parecen ser palabras clave. El productor ganadero argentino debería saber que si las políticas de corto plazo le ponen un techo a su rentabilidad, no debe salir corriendo a desmantelar su industria para conseguir mejores ingresos con la agricultura. Y el gobierno, a menos que pretenda convertirse en Ganadero, debería considerar un mejor diálogo con el sector privado.
La Argentina deberá comprender esto. O acordarse al menos, incluso cuando Brasil es ya el principal exportador y productor mundial de carnes, y Uruguay el que más consume en el mundo. Dejando podios y egos, es el Mercosur de la carne el que tiene una enorme posibilidad ante la dieta asiática con demanda cárnica en aumento.
¿Qué es si no la carne, más allá de granos con valor agregado?
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