lunes, 31 de enero de 2011

Las empresas y los mercados de capitales

La especulación financiera es una industria que mueve billones. Se forja en paralelo a la economía real, la de la producción de bienes y servicios que se compran y venden. Hay una economía física –esta última- y otra virtual.

Cuando una empresa de la “economía real” ve que su producto tiene en el exterior, digamos, buena llegada, de seguro querrá aumentar su oferta para maximizar esa buena demanda.

Puede recorrer varios caminos: tomar parte del dinero que ganó y reinvertirlo en más maquinaria para aumentar su producción (autofinanciamiento); puede optar por el sistema tradicional de créditos bancarios o de subsidios estatales (si los hay), o bien, puede aventurarse en las aguas desconocidas del mercado de capitales.

La primera opción tiene el techo que le da la ganancia que tuvo para reinvertir. La segunda pone al empresario frente a trabas como la evaluación del riesgo que hacen los bancos (miran el pasado de la empresa) y la politización con la que suele manejarse los subsidios públicos. La última es desconocida y está teñida de la especulación y la “timba” bursátil.

Como en todo, hay ejemplos buenos y ejemplos malos. Toda empresa necesita financiarse (léase endeudarse) para ampliar horizontes, si lo que pretende es mantenerse en la competencia global, mejorar su producto, diversificar su oferta y los mercados a los que llega con ella.

Aceptado este presupuesto, cada país goza de mayor o menor salud “financiera” para curar el mal de la falta de liquidez de sus empresas. ¿Son importantes los “balances” de un Estado para las empresas? Si, la historia remota y contemporánea demuestra que un Estado enfermo poco puede ayudar a su fuerza productiva. Su sistema bancario, por otra parte, acusa recibo y restringe su ayuda también. Las empresas, así, quedan en un “ayuno” crediticio.

Por otra parte, en el mercado de capitales se cruzan dos necesidades: la de aquellos que tienen plata y la de aquellos que la necesitan.

Los que tienen el recurso pueden ser inversores particulares: alguien que ganó dinero en su actividad, dispone de un capital que quiere invertir y no quiere comprar divisas (dólares, euros) por el temor a la oscilación de su cotización, ni un inmueble (tal vez no dispone de tanto como para comprarlo), ni abrir un plazo fijo (porque da una tasa que es menor a la inflación: puede tener un 14% más dentro de 12 meses, que es lo que ofrece el plazo fijo, pero si la inflación supera esa tasa, dentro de 12 meses el poder de compra de su capital será menor). Pueden ser también inversores institucionales: fondos de pensión, fondos bancarios, o incluso fondos públicos.

Los que necesitan la plata son las empresas. Se encuentran inversores y empresas en el mercado de capitales y los primeros ofrecen liquidez a cambio de la emisión por parte de las empresas de instrumentos que adquieren múltiples nombres: pueden ser obligaciones negociables o valores de corto plazo (emisiones de deuda privada similares a los bonos que emiten los Estados), pueden ser menos ambiciosos (la venta de “cheques” con que las empresas cobran sus operaciones pero que se acreditan a muy largo plazo: los canjean por dinero, con una quita, claro), o pueden ser muy ambiciosos y hacer una oferta pública de acciones de la compañía, buscando así asociarse con estos inversores.

Ahora bien, la teoría, como en todo, suele ser fascinante. La práctica, en cambio, suele poner en evidencia que sin el debido control, las partes pueden adulterar los principios básicos y “operar” en su beneficio.

La historia financiera abunda en ejemplos de cómo los operadores (que reciben comisiones por la colocación de instrumentos de deuda públicos y privados) han ensalzado papeles no por la virtud del deudor, sino por el negocio en sí mismo. Se desvirtúa el fin de financiar empresas y la operación del mercado de capitales se convierte en un fin en sí mismo.

También hay casos de empresas grandes y pymes que han sabido recurrir a esta plaza “virtual” de financiamiento, con notorios resultados, con auditorías de todo tipo, y una transparencia que a futuro les garantiza plazos más largos de préstamos y tasas menores por buen cumplimiento.

Conclusión: toda empresa, sobre todo las que operan en comercio exterior, necesita endeudarse para crecer. La capacitación en los instrumentos disponibles en los mercados es vital para conocer las mejores condiciones.

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