La historia reciente del comercio exterior demostró el fracaso del libre comercio. La eliminación de los aranceles a las importaciones y de las barreras no arancelarias al comercio no desaparecerán en tanto exista un mundo desarrollado y uno en desarrollo.
Si en el pasado Inglaterra, luego Estados Unidos, luego
Su poder internacional ya nadie lo pone en duda. Escaló como exportador e importador a los primeros lugares. Es un fuerte inversor externo. Tiene la mano de obra más abundante del mundo. Y tiene plata: cuenta con la mayor cantidad de reservas en dólares.
Mientras la teoría contemporánea de la internacionalización de los negocios abundan en conceptos como la complementación e integración en cadenas productivas globales, el concepto de “socio comercial” pierde ante la avanzada china su contenido. El temor es que China no quiera ser socio, sino que quiera “comprarlo todo”.
¿Qué pretende China? ¿Y qué diferencia hay con lo que hacía, digamos, Inglaterra en el siglo XIX en el Río de
Lo que debería asustar a los planificadores de políticas externas, es el feroz crecimiento chino. Basta con ver las páginas de los diarios de hace, digamos, 10 o 15 años, para darse cuenta que prácticamente no existía relación comercial, de inversiones o de asociación política.
De repente, despuntó en el mundo, eclipsó a las potencias y dividió las aguas entre aquellos que lo ven como el nuevo factor de desarrollo económico y estructural (al modo británico de hace dos siglos, con sus ferrocarriles y sus manufacturas textiles, y sus frigoríficos más tarde), y aquellos que temen, justamente, el fantasma de una nueva potencia que impondrá nuevas reglas, que no dejan de ser las viejas prácticas verticales del comercio: comprar barato, vender caro.
China desplazó a
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