jueves, 6 de enero de 2011

China, ¿La nueva Inglaterra?

La historia reciente del comercio exterior demostró el fracaso del libre comercio. La eliminación de los aranceles a las importaciones y de las barreras no arancelarias al comercio no desaparecerán en tanto exista un mundo desarrollado y uno en desarrollo.

Si en el pasado Inglaterra, luego Estados Unidos, luego la Unión Europea, entre algunos ejemplos, impusieron el tempo al comercio internacional –inundando el mundo con sus exportaciones a cambio de los recursos naturales necesario para fabricar los productos que luego volverán transformados con “valor agregado”- hoy el temor es que China se convierta en el nuevo caso.

Su poder internacional ya nadie lo pone en duda. Escaló como exportador e importador a los primeros lugares. Es un fuerte inversor externo. Tiene la mano de obra más abundante del mundo. Y tiene plata: cuenta con la mayor cantidad de reservas en dólares.

Mientras la teoría contemporánea de la internacionalización de los negocios abundan en conceptos como la complementación e integración en cadenas productivas globales, el concepto de “socio comercial” pierde ante la avanzada china su contenido. El temor es que China no quiera ser socio, sino que quiera “comprarlo todo”.

¿Qué pretende China? ¿Y qué diferencia hay con lo que hacía, digamos, Inglaterra en el siglo XIX en el Río de la Plata? China quiere colocar sus manufacturas. Y quiere participar en el desarrollo de infraestructura. Y llevarse así los recursos mineros y los provenientes de la agricultura.

Lo que debería asustar a los planificadores de políticas externas, es el feroz crecimiento chino. Basta con ver las páginas de los diarios de hace, digamos, 10 o 15 años, para darse cuenta que prácticamente no existía relación comercial, de inversiones o de asociación política.

De repente, despuntó en el mundo, eclipsó a las potencias y dividió las aguas entre aquellos que lo ven como el nuevo factor de desarrollo económico y estructural (al modo británico de hace dos siglos, con sus ferrocarriles y sus manufacturas textiles, y sus frigoríficos más tarde), y aquellos que temen, justamente, el fantasma de una nueva potencia que impondrá nuevas reglas, que no dejan de ser las viejas prácticas verticales del comercio: comprar barato, vender caro.

China desplazó a la Unión Europea como socio comercial en América latina. Sólo la Argentina, Brasil, Chile y Perú resisten en la balanza comercial con un superávit comercial tambaleante con China.

Si América latina no aprendió su historia, y no se da cuenta que los vapores que iban a Southampton ahora son graneleras rumbo a Shanghai, estará condenada a repetir su karma de exportar el valor agregado y alimentar las fábricas del otro lado del océano.

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